Ana se recuerda a sí misma como una adolescente retraída, prefiriendo el silencio de su habitación al bullicio de la vida y conversaciones cotidianas. Un verano, su madre la convenció para que asistiera a clases de reforzamiento escolar cerca de su hogar en Trujillo, La Libertad. Sin mucho entusiasmo, aceptó.
El centro no solo ofrecía clases, sino también talleres de bisutería, manualidades y repostería. Su hermano menor, que también participaba, le sugirió probar el taller de repostería, donde, según él, habría menos gente. Para sorpresa de Ana, encontró allí un pequeño grupo de personas, apenas entre 10 y 15, y comenzó a participar regularmente. Los facilitadores del taller vieron algo que ni siquiera ella podía reconocer en ese momento: una chispa que, con el tiempo, comenzó a brillar con más fuerza.
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Aunque su madre había sido voluntaria de World Vision durante años, este fue el primer contacto real de Ana con la organización. Los talleres no solo le enseñaron a hornear, sino que también comenzaron a despojarla de su timidez, capa por capa. Fue entonces cuando Ana se unió a la asociación juvenil Red del Milagro, donde pronto asumió el rol de secretaria de la Junta Directiva. Después de un momento bastante complicado, Ana tomó una decisión radical: se marchó a la selva, donde vivía la familia de su madre.
Allá encontró un refugio temporal. Estudió administración industrial en SENATI y a los 18 años se comprometió. Sin embargo, la relación, que inicialmente prometía ser un escape de sus problemas, lamentablemente continuó el violencia. A los 21 años, con una hija pequeña, Ana volvió a casa.
Era 2019, y en Perú comenzaba a implementarse Youth Ready, un programa destinado a ayudar a adolescentes y jóvenes a diseñar y realizar sus planes de vida a través del desarrollo de habilidades socioemocionales, de empleabilidad y emprendedoras. Entre sus participantes estaban personas en situación de vulnerabilidad, incluidas madres solteras. Animada por su madre, se inscribió en un curso de Excel, aunque sin grandes expectativas.
Pero Youth Ready no era solo un curso. Los primeros módulos, enfocados en lo socioemocional, impactaron profundamente. En una de las sesiones, se le preguntó "¿Quién soy y qué metas tengo en la vida?". La pregunta resonó en ella, abriendo una puerta que había mantenido cerrada durante mucho tiempo. A través del programa, comenzó a redescubrirse, a darse cuenta de su valor y de su capacidad para reescribir su presente.
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Cuando la pandemia golpeó, Ana no estaba sola: su familia y a los facilitadores del programa la apoyaron en los momentos más oscuros. Gracias a la motivación de una de las facilitadoras, Eliza Navarro, se animó a postular a una convocatoria para operadores de patrocinio. El trabajo, que requería visitar las casas de niños y niñas en la sierra de La Libertad, le dio la oportunidad de demostrar su capacidad y determinación. Cumplió su meta y, en el proceso, encontró una nueva fortaleza en sí misma.
Hoy, Ana trabaja en Youth Ready, el mismo programa que la ayudó a transformar su vida. Su voz, una vez tímida, ahora resuena con confianza y determinación. "Desde que estoy en World Vision, me siento más valorada. Soy grande y sé que voy a poder sobresalir. No estoy sola", afirma.