Ana (26) se recuerda como una adolescente tímida, que evitaba cualquier evento social para no cruzar palabras con nadie. Un verano, medio a regañadientes por su mamá, fue a clases de reforzamiento escolar, donde también ofrecían talleres en bisutería, manualidades y repostería cerca de su casa, en Trujillo (La Libertad). Su hermano menor, que también partició de esos talleres, le sugirió optar por repostería porque tenía “menos gente”. “Voy al taller y habían entre 10 a 15 personas, pero mi mamá insistía [en continuar]. Ahí conocí a los facilitadores, que me animaron a seguir participando”. Pese a que su madre era voluntaria de World Vision desde hace varios años, ese fue el primer lazo de Ana con la ONG Internacional.
Los talleres ayudaron a que deje su timidez de a pocos. Sus amistades la animaron a participan de la asociación juvenil Red del Milagro, en la que incluso fue secretaria de la Junta Directiva. Sin embargo, la situación en casa frenaba todo progreso. Las constantes discusiones la llevaron a tomar medidas desesperadas (“quería ver la reacción de mis papás, que se dieran cuenta [que no la estaba pasando bien]”) que casi ponen en riesgo su vida. Tenía 15 años. Ese fue el punto de quiebre: hizo su maleta y se fue para la selva, donde tiene familia materna.
Estudió administración industrial en el Servicio Nacional de Adiestramiento en Trabajo Industrial (SENATI) y se comprometió a los 18 años. “Me aislé por completo. Siempre hacía lo que mi mamá, mis compañeros y otras personas me decían. No sabía dar mi opinión […] Pensé que [con la pareja] iba a estar mejor porque tenía el cariño que no tenía de mi papá”. A los 21 años tuvo a su primera hija. Los problemas con su prometido eran frecuentes: seguía el ciclo de violencia. No quiso volver a pasar por lo mismo, menos su hija. Se separó y volvió a Trujillo, con su madre.
UN PASO ADELANTE
Era 2019 y en Perú se estaba implementando Youth Ready, un proyecto innovador para hacer que los adolescentes y jóvenes puedan diseñar y hacer realidad su plan de vida mediante las habilidades socioemocionales, de empleabilidad y emprendedoras. Entre sus beneficiarios están personas vulnerables, entre ellas, madres solteras. “Mi mamá me decía ‘por qué no te metes [al programa]’, pero me daba vergüenza”. Había pasado por momentos muy complicados y, cómo no, estaba deprimida. Entre tanta insistencia de su mamá, en un intento por ayudarla, se inscribió a un curso de Excel.
Una de las enseñanzas más significativas del programa se da al inicio, con módulos relacionados a lo socioemocional. Para Ana, que enfrentaba sus batallas a puerta cerrada, fue la señal que necesitaba. “En el tema del primer módulo fue ‘quién soy, qué metas tengo en mi vida’. Eso me impactó. Estaba empezando de nuevo, queriendo apoyar a mi mamá en el restaurante familiar. Recibí más que un curso en Excel: empecé a desenvolverme mejor, a pensar en mí”. La pandemia cambió sus planes, pero esta vez estaba con su familia y los facilitadores del programa, que la apoyaron en los meses más complicados de la emergencia sanitaria.
“La señorita Eliza Navarro estaba siempre. Me animó a postular a una convocatoria para operadores de patrocinio. Era ir a cada casa de cada niño y niña de la parte sierra de La
Libertad. Al inicio fue difícil pero cumplí la meta”. Su voz se iba haciendo más fuerte: ahora es Ana quien motiva a jóvenes y, sobre todo, les hace saber que no están solos o solas. Hoy trabaja en Youth Ready, el proyecto que le permitió encontrarse. “Desde que estoy en World Vision, me siento más valorada. Soy grande y sé que voy a poder sobresalir. No estoy sola”.