María, migrante venezolana de 33 años, nos permite ingresar a su casa, un cuarto del último piso de una casa, acondicionado con lo necesario para el día a día. Ahí vive con su esposo, su pequeño hijo y su hermano.
“La situación en Venezuela era agobiante. Para ese entonces estaba fuerte y ahorita simplemente es asfixiante”, dice María, quien además de ser testigo de la fuerte crisis económica de su país de origen, tenía que velar por la salud de su hijo, César, diagnosticado en ese entonces con displasia de cadera.
Ella nos cuenta que su salida de Venezuela estaba planificada desde el nacimiento de su hijo. Por ello, su esposo llegó primero al Perú y trabajó como estibador para poder reunir el dinero de los pasajes vía terrestre de su familia. Sin embargo, María no sabía que el camino sería de 11 días agotadores. “Llegamos batallando, el que quiere puede, indiscutiblemente”, agrega.
Como todo inicio, la llegada de María a nuestro país fue dura. Le costó acostumbrarse y más aún conseguir un trabajo donde respetaran los horarios y fuesen justos con la remuneración.
La situación se volcó aún más difícil cuando su hijo empezó las terapias. La constancia y esfuerzo de María fueron vitales para la recuperación de Cesar. A pesar de ello, recibieron un nuevo diagnóstico: tendón de Aquiles corto, lo que implicaba nuevos gastos.
Con la llegada de la emergencia sanitaria debido a la pandemia, María tuvo que hacer una pausa en la atención médica de su hijo. Y sin esperarlo, se vio forzada a gastar lo poco que había logrado reunir, mientras las deudas del alquiler se iban acumulando.
Sin embargo, sus preocupaciones se disiparon por un momento cuando después de haber buscado ayuda para su hijo en diferentes lugares y distritos, finalmente, World Vision la seleccionó como una de las beneficiarias del proyecto “Programa Europeo Regional de Migración y Refugio Inicitiva Especial SI Frontera y financiado por la Unión Europea y la Cooperación Alemana BMZ, implementado por la GIZ en Perú”. Un proyecto que busca mejorar la calidad de vida de familias migrantes venezolanas, además de brindar información para identificar y saber cuándo denunciar delitos como la violencia, trata y explotación de personas.
“Para mi este proyecto ha sido una bendición y sin duda alguna ha llegado en el momento adecuado. Fue una maravilla.”, dice María muy agradecida.
Ella nos cuenta que gracias al apoyo económico del proyecto pudo saldar la deuda de 4 meses de alquiler. Además de continuar con las consultas, terapias y estudios médicos de César, que tanto lo necesitaba para continuar con un normal desarrollo.
“Mejoramos la alimentación. Pudimos hacer un buen mercado”, comenta María, quien además guardó un poco del dinero para enviarlo a su familia en Venezuela.
“De no haber recibido esta ayuda, hubiera tenido que exponerme con mi hijo. Salir a vender es muy difícil, en una mano llevo mis casos y en la otra, a él”, acota María.
Además de estar totalmente agradecida por el dinero recibido, María recalca la importancia de la ayuda psicológica y cognitiva a la que accedió a través de las charlas sobre violencia, trata y explotación brindadas a lo largo del proyecto. Considera que es importante que sus compatriotas tengan en cuenta esta información para denunciar cualquier amenaza a las autoridades, ya que estos delitos son cometidos frecuentemente hacia ellos. “La ayuda económica es buena, pero el poder del conocimiento, también”, agrega.
“Mi gratitud para ustedes y todos los integrantes de este proyecto. Dios pone personas maravillosas en el camino”, finaliza.
María, una de las beneficiarias del proyecto llevado a cabo por World Vision, nos muestra a través de su testimonio, que tanto la ayuda monetaria como el soporte emocional van de la mano. Y que proyectos tan necesarios como este, que buscan reducir la vulnerabilidad de los migrantes deben seguir en pie.