En las alturas de la ciudad de Huamanga, en Ayacucho, hay un refugio donde niñas y niños -en muchos casos sobrevivientes de violencia- encuentran fortaleza a través del arte. Este centro comunitario, antes un lugar para tratar casos de abuso físico, sexual y psicológico, ahora es un espacio de sanación. Aquí, más de cien niñas, niños y adolescentes, comienzan a sanar sus heridas mediante melodías, pinceladas y juegos.
Una niña de 10 años, que asiste al taller musical del centro, ha transformado su dolor en una canción. En sus letras habla de convertirse en "hierro" tras las difíciles situaciones que vivió. “Me gusta escribir sobre mis emociones, sobre todo de tristeza. Es como un libro que solo yo puedo leer porque son cosas que he pasado. Cuando escribo, siento que un peso se va", confiesa. Su experiencia no es única. En este centro, la terapia artística y musical es una herramienta poderosa para tratar los traumas de niños y niñas víctimas de violencia, en especial de violencia sexual, que representa el 30% de los casos que llegan al establecimiento de salud mental.
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Sisa Morales, psicóloga del centro, habla con esperanza sobre la labor que realizan: “Muchos de estos niños provienen de familias que también están dañadas emocionalmente, cargando traumas que no han sanado. Aquí, trabajamos para romper ese ciclo y crear un espacio donde los niños puedan resurgir”. La región de Ayacucho, marcada por el desplazamiento y la violencia, es un terreno fértil para el dolor generacional, pero también para la resiliencia. “El objetivo no es solo que resistan, sino que se conviertan en personas resilientes”, agrega resaltando que es un proceso largo y retador, pero también lleno de logros.
El centro trabaja de la mano de las familias, promoviendo una crianza basada en la ternura, una práctica que, según Sisa, ayuda a reparar las relaciones rotas y a construir un ambiente seguro y amoroso en casa. Esta transformación se refleja en la actitud de cada niña y niño, y sus familias. “Día a día, vemos cambios emocionales significativos. Me alegra que este programa nos ayude a sanar juntos”, comenta uno de los padres participantes.
Renato, el profesor de música, también juega un papel clave. Junto a Sisa, impulsa terapias artísticas que no solo permiten a los niños y niñas expresar su dolor, sino también aprender a confiar nuevamente. En los talleres, cada participante aprende a tocar instrumentos, a escribir canciones y a pintar, liberando emociones que, de otro modo, quedarían atrapadas en silencio.
Eso es La Voz de mi Corazón, una iniciativa de la ONG World Vision que busca reducir el estrés, depresión, ansiedad de niñas, niños y adolescentes víctimas de violencia sexual, fortaleciendo sus habilidades socioemocionales, así como la promoción de entornos seguros y libres de violencia en la familia y en la comunidad. En alianza con el sector salud, el proyecto se está desarrollando también en Áncash, Lima, Huancavelica, Cusco y La Libertad.
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Sandra Contreras, directora ejecutiva de World Vision en Perú, subraya la importancia de las metodologías que promueven la ternura en el proceso de crianza. “Fortalecemos las habilidades de padres y cuidadores para crear ambientes seguros y amorosos. En nuestros talleres, las familias resignifican sus prácticas de crianza, eligiendo acompañar a sus hijos desde la ternura”, afirma. La clave del éxito, según Contreras, está en brindar a las familias herramientas para sanar sus propias experiencias adversas, lo que, tiene un impacto significativo en la recuperación emocional de la niñez.
La esperanza que emerge gracias al poder del arte, la música y el amor familiar: incluso las heridas más profundas pueden comenzar a sanar cuando se les da el cuidado y el apoyo necesario.